El bailarín italiano le dijo a la joven mexicana que no estaba a su nivel… y terminó superado…

“Esta joven mexicana cree que puede competir con nosotros.” Moretti miró a Maria estudiando su postura, su respiración, la forma en que llevaba su peso. Después de cuatro décadas en la danza, había aprendido a leer el potencial en los cuerpos y las almas de los bailarines. Interesante, murmuró. Entonces que sea un desafío justo. Cada uno tendrá 3 minutos para demostrar su arte. La primera revelación llegó cuando Maria se quitó su sudadera desgastada y sus zapatillas gastadas. Debajo llevaba un leardo negro simple, pero de corte perfecto.

Y cuando se puso sus zapatillas de punta, el maestro Moretti notó que a pesar de estar visiblemente usadas, habían sido cuidadas con amor profesional. “¡Ladies first”, dijo Alesandro con una sonrisa burlona. Pero había algo en sus ojos que sugería que tal vez había notado lo mismo que el maestro. Maria asintió y caminó hacia el centro del estudio. Por un momento, cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando los abrió, algo había cambiado en ella. La joven tímida del vestíbulo había desaparecido, reemplazada por una presencia magnética que llenaba el espacio.

¿Qué música quieres?, preguntó uno de los estudiantes desde el sistema de sonido. Ludovici. Núbole Bianque, respondió sin vacilar. Alesandro frunció el seño. Era una elección inteligente, una pieza italiana contemporánea que requería tanto técnica como expresión emocional profunda. O la joven sabía exactamente lo que estaba haciendo o estaba a punto de hacer el ridículo más grande de su vida. Las primeras notas llenaron el estudio y Maria comenzó a moverse. Lo que sucedió a continuación dejó a todos sin aliento.

Su técnica no era solo correcta, era sublime. Cada movimiento fluía hacia el siguiente con una naturalidad que hablaba de años de entrenamiento riguroso. Pero más allá de la técnica, había algo más, una conexión emocional con la música que transformaba cada gesto en poesía pura. Los murmullos cesaron, los teléfonos siguieron grabando, pero ahora en silencio reverencial, Maria no estaba simplemente bailando, estaba contando una historia con su cuerpo, una historia de lucha, de sueños, de un alma que se negaba a ser aplastada por las limitaciones que otros le imponían.

Alesandro sintió algo frío en el estómago. Esta no era la actuación de una aficionada provinciana. Esta era la actuación de alguien que había nacido para esto, que había sufrido por esto, que había convertido cada rechazo y cada burla en combustible para su arte. Cuando la música terminó, el silencio duró varios segundos eternos antes de que los aplausos explotaran espontáneamente. Alesandro observó las caras de asombro a su alrededor y sintió que su mundo se tambaleaba. Los comentarios susurrados llegaban a sus oídos como dagas.

Increíble, ¿de dónde salió? ¿Viste esa extensión? Nunca había visto tanta emotividad. El maestro Moreti se acercó a Maria, quien había vuelto a su postura tímida del principio, como si el transformador artístico se hubiera apagado temporalmente. “¿Dónde estudiaste?”, le preguntó en voz baja. En la Academia de Danza de Guadalajara, respondió Maria secándose discretamente el sudor de la frente. Luego recibí una beca parcial para estudiar un verano en Nueva York en el Alvin Aley. Moretti asintió lentamente. El Alvin Ailey era una de las instituciones más respetadas del mundo para la danza contemporánea.

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