En el corazón de Milán, ciudad donde la moda y el arte se entrelazan en cada esquina, el prestigioso centro de danza contemporánea, La escala moderna se preparaba para su competencia anual más esperada. Era marzo de 2024 y los mejores bailarines de Europa se reunían para demostrar su talento en una batalla artística que definiría carreras. Alesandro Romano, de 26 años, reinaba como el príncipe indiscutible de la danza contemporánea italiana. Con más de 50,000 seguidores en Instagram y contratos con las mejores compañías europeas, su ego había crecido tanto como su fama.
Para él, la danza era territorio exclusivo de quienes habían nacido y crecido respirando arte europeo. Pero ese día, una joven de 22 años con ojos brillantes y una mochila desgastada cruzó las puertas de cristal del centro. Maria Herrera había viajado desde Guadalajara a México con apenas unos ahorros y un sueño imposible. Demostrar que el talento no tiene fronteras. Lo que estaba a punto de suceder cambiaría para siempre la percepción de lo que significa ser un verdadero artista.
El encuentro entre Alesandro y Maria ocurrió en el vestíbulo principal del centro bajo los imponentes candelabros de cristal que reflejaban la luz dorada de la tarde milanesa. Maria observaba con asombro los carteles de las producciones más famosas, sus dedos trazando nerviosamente los tirantes de su mochila. “¿Estás perdida?”, La voz de Alesandro cortó el silencio. Vestido con ropa de diseñador y una pose que gritaba superioridad, se acercó a la joven mexicana con una sonrisa condescendiente. Este lugar es solo para profesionales.
Maria levantó la mirada, sus ojos negros brillando con determinación. Vengo para la audición abierta, respondió en un italiano básico, pero claro. Soy bailarina. Alesandro soltó una carcajada que resonó por todo el vestíbulo. At. trayendo miradas curiosas de otros estudiantes y profesores. Bailarina, ¿de dónde vienes, pequeña? ¿De algún folkórico mexicano? De Guadalajara. Respondió Maria con orgullo, sin permitir que la burla la afectara. Y bailo contemporáneo, ballet clásico, jazz y sí, también folclórico mexicano. Mira, niña. Alesandro se acercó más, su tono volviéndose casi paternal en su arrogancia.
No quiero que te hagas ilusiones. Este no es un festival de pueblo. Aquí competimos los mejores de Europa. Yo tengo 15 años de entrenamiento clásico. He estudiado en París, Londres, San Petersburgo. ¿Tú qué tienes? Los ojos de Maria se endurecieron. Había escuchado esas palabras antes, en diferentes idiomas y con diferentes acentos, pero siempre cargadas del mismo desprecio. Tengo pasión, respondió simplemente, y respeto por cada forma de arte que existe. Alesandro negó con la cabeza, como si estuviera viendo a una niña ingenua.