—Mamá —dijo en voz baja—. ¿Era papá?
Sofía asintió.
—¿Está enfadado?
—No —respondió, acariciando el pelo de su hijo—. Es solo… un desconocido.
Y en ese momento, ella… Se dio cuenta: sí, lo era. Y lo seguiría siendo para siempre.
A la mañana siguiente, Sofía fue a ver a una abogada. La joven de gafas escuchó atentamente su historia, hojeó los papeles y luego levantó la vista:
«Si la herencia está registrada únicamente a su nombre, y el testamento nombra a Sofía Mijáilovna Lebedeva, entonces él no tiene derecho a reclamar una parte. Ni siquiera sin divorcio. Una herencia es un bien personal».
«Pero amenaza con demandarme», dijo Sofía en voz baja.
Los labios de la abogada se curvaron en una sonrisa:
«Que lo intente». A veces el miedo es la mejor herramienta.
Sofía asintió. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió protegida. Si no de la gente, al menos de la ley.
💔 PARTE III — FINAL
Pasaron tres semanas.
La citación judicial llegó, en un sobre pulcro y sellado. Sofía la sostuvo en sus manos y no sintió miedo. Solo una extraña calma, como la que precede a una tormenta que ya no se puede detener.
El abogado preparó todos los documentos, el notario confirmó sus derechos. Pero aun así, una sensación de vacío persistía: tendría que volver a enfrentarse al hombre que había arruinado su vida.
La audiencia estaba programada para la mañana.