El aniversario de Lydia fue tranquilo y al mismo tiempo

—Misha —dijo Lida en voz baja—, hoy no se trata de regalos ni pastel. Hoy se trata de nosotros. De lo que hemos vivido y de adónde podemos ir ahora.

Él asintió, buscando las palabras. Pero ya no eran necesarias. Su silencio lo decía todo: respeto, amor, gratitud, conciencia de sus propios errores y un deseo de cambiar.

Los invitados poco a poco comenzaron a conversar entre sí, pero sin el bullicio ni las burlas habituales. Hablaron de cómo Lida había sido un ejemplo de sabiduría y fortaleza, y de cómo Mikhail, por primera vez en su vida, se sentía en igualdad de condiciones. Algunos se acercaron, felicitándolos en voz baja e intercambiando impresiones. El ambiente de la velada cambió para siempre: a partir de ese día, todos comprendieron que las verdaderas relaciones no se construyen sobre roles superficiales, sino sobre el respeto, la atención y la capacidad de ver el verdadero valor del otro.

Cuando los invitados comenzaron a marcharse, Lida y Mikhail se quedaron solos en la habitación que se vaciaba. Él cerró cuidadosamente su maletín y lo colocó en un lugar destacado. Ella se sentó en el sofá y él se sentó a su lado, tomándole la mano con delicadeza.

—Sabes, Lida… —comenzó Mikhail—, creía conocerte. Pero ahora entiendo… Ni siquiera me acercaba a conocerte.

—Está bien, Misha —sonrió ella—. Lo importante es que ahora lo ves.

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