El Abuelo Cuidaba A Su Nieta De 10 Años Cada Día, Un Día La Vecina Vio Algo Extraño A Través De La…

Tal vez estoy siendo demasiado sensible, pero sé que no lo estoy imaginando. Esa tarde, doña Carmen intentó una vez más. Pasó caminando lentamente frente a la casa del Sr. Manuel. fingiendo un paseo para justificar su lentitud. La puerta seguía cerrada, las cortinas completamente bajadas, como si temieran dejar entrar el sol. Justo cuando se dio la vuelta para continuar, una ventana del primer piso se entreabrió levemente. Ella contuvo la respiración. Un par de ojos apareció tras la cortina.

Inconfundible. Era Claudia. La niña la observó por unos segundos y luego se apartó con rapidez, como si temiera ser descubierta. La cortina se cerró. Claudia, murmuró doña Carmen con el corazón latiendo con fuerza. ¿Estás tratando de decirme algo? Esa noche, en su cálida cocina tomó su cuaderno. Con la mano temblorosa escribió, “2 de octubre. Las cortinas en casa del señor Manuel llevan dos días cerradas. Claudia parece tener miedo. Evita el contacto. Su mirada pedía ayuda. A medida que escribía, el frío se apoderaba de su espalda.

Un pensamiento surgió en silencio. ¿Y si el señor Manuel no es el buen hombre que todos creen? Aquella noche, doña Carmen no pudo dormir. Se revolvía en la cama con los oídos atentos, como si cualquier sonido fuera hacerla levantarse de golpe. Y como si lo hubiera presentido, cerca de la medianoche se oyó un ruido, el suave sonido de una cortina al correrse. Luego pasos irregulares, muy lentos. Ella corrió la cortina y miró hacia la casa de Manuel.

Una figura cruzó frente a la ventana de la cocina, cargando algo parecido a una escoba. No, no era una escoba, era un palo largo de algún objeto. Los pasos se detuvieron. Luego, desde dentro, la luz se apagó. Todo volvió a quedar en penumbras. A la mañana siguiente, doña Carmen llamó por primera vez en más de 6 meses a Sara, la madre de Claudia. Sara era la hija menor del señor Manuel y se había divorciado hacía un año.

Doña Carmen la había visto algunas veces cuando iba a visitar a su hija, pero no tenían relación cercana. Aló, habla Sara. Su voz sonaba cansada y sorprendida al escucharla. Hola, querida. Soy doña Carmen, la vecina de tu padre. Tienes un momento. ¿Qué sucede? Es sobre Claudia. Al otro lado, la voz de Sara cambió de inmediato. ¿Qué pasa con Claudia? Mi papá me dijo que tenía un resfriado leve estos días. Doña Carmen tragó saliva. No quiero asustarte, pero he notado cosas extrañas.

Claudia no ha salido, no habla con nadie, evita el contacto. Su mirada parece pedir ayuda. Creo que está exagerando. Claudia me ha hablado por teléfono. Incluso me mandó una foto anteayer. Una foto? ¿Estás segura de que es reciente? Sara guardó silencio unos segundos. Es una foto en su cuarto. Me la mandó por salo. Pero ahora que lo pienso, el cuarto estaba oscuro. No se le veía bien la cara. Deberías ir a verla. No te fíes solo de lo que dice tu padre.

Hay algo que no encaja. Sara suspiró. Está bien. Iré el fin de semana. De todas formas, es mejor verificar. Al terminar la llamada, doña Carmen se recostó en su silla, cerró los ojos. Se sentía impotente, como si supiera que algo terrible estaba pasando, pero no pudiera hacer nada. Esa tarde, mientras regaba las plantas, escuchó una moto detenerse frente a su casa. Era Enrique, el sobrino nieto de doña Rosario, un estudiante de último año de informática. Solía pasar a ayudar a Carmen con su celular o a limpiar la computadora.

Me llamó ayer. ¿Necesita algo, señora? preguntó Enrique. Quiero pedirte un favor especial. Su voz se volvió más baja. ¿Puedes instalar algo en un celular para grabar video a distancia? Enrique levantó las cejas. ¿Grabar qué? Ella suspiró. Creo que algo extraño está ocurriendo en casa del señor Manuel. Pero nadie me cree. Quiero que me ayudes a esconder un teléfono en una maceta justo frente a la ventana del primer piso. Solo quiero grabar lo que ocurre. Enrique guardó silencio.

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