Echó a su esposa y a sus cinco hijos de casa… ¡PERO CUANDO REGRESÓ HUMILLADO, TODO HABÍA CAMBIADO!-CHI


—¿Y tú?
Camila bajó la mirada.
—No es fácil, mamá, verlos felices con tan poco. Y pensar que antes teníamos de todo.
Magdalena se agachó y le tomó el rostro entre las manos.
—Antes teníamos muchas cosas, pero no “todo”. Ahora tenemos lo importante.
Camila no respondió, pero el abrazo que compartieron lo dijo todo. Damián se acercó secándose las manos con un trapo.
—Voy a hacer café. ¿Quieres?
—Sí, gracias. Hoy lo necesito.

Mientras el agua hervía, Magdalena se sentó con él junto a la estufa. Dudó unos segundos, pero se animó:
—Encontré algo entre mis cosas… unos papeles, documentos donde Ernesto usó mi nombre para mover dinero.
Damián la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Segura?
—No lo entiendo del todo, pero hay firmas mías que no recuerdo haber dado. Y una nota escrita por él me deja como cómplice.
—¿Y Rubén ya sabe?
—Sí. No quería mostrarle todo, pero tengo miedo. ¿Y si esto empeora?
Damián se inclinó hacia ella con voz firme:
—Peor es ocultarlo y que te sorprendan sin estar preparada. Hay que enfrentarlo. No estás sola, Magdalena.
Ella asintió, apretando la taza entre las manos. Esa noche, antes de dormir, Luisito se acercó a Damián con un pedazo de madera mal cortado.
—¿Me enseñas a hacer uno como el tuyo? —dijo, señalando un trenecito que Damián había tallado.
Damián sonrió y se sentó a su lado.
—Claro, pero hay que aprender a respetar la herramienta, a no apresurarla. La madera es como la vida: si la fuerzas, se quiebra.
Luisito asintió como si hubiera escuchado una gran verdad.

Mientras tanto, Camila entró a su cuarto y sacó un cuaderno donde escribía en secreto. Anotó algo que había pensado durante el día, al mirar a sus hermanos desde la cocina:
Si algún día tengo hijos, les diré que su abuelo fue un hombre que lo tuvo todo y no supo cuidarlo.
Cerró el cuaderno y lo metió bajo la almohada. Justo entonces, alguien golpeó la puerta con tres toques secos. Eran casi las diez de la noche. Demasiado tarde para una visita normal. Demasiado preciso para ser casual.

Los golpes no eran apresurados ni corteses: eran secos, firmes, como si no buscaran anunciar una visita, sino reclamar algo que creían suyo. Damián cruzó la sala con pasos cautelosos. Magdalena salió del cuarto con el corazón apretado. Camila se asomó desde la cocina, deteniendo a Luisito con una mano para que no avanzara. Al abrir, encontraron a un hombre con traje oscuro, camisa blanca y portafolio de piel.

Tenía el rostro tenso. Los ojos no se movían rápido: parecía saber exactamente lo que hacía.
—Buenas noches. Busco al señor Ernesto Villarreal. Esta dirección aparece como su último domicilio fiscal —dijo sin preguntar quién era Damián.
—Aquí no vive —respondió él, seco.
El hombre hojeó una hoja y alzó una ceja.
—Entonces, ¿conoce a la señora Magdalena Rivas?
Damián no respondió de inmediato. Magdalena dio un paso al frente.
—Soy yo.
El hombre sacó un sobre con sello rojo.
—Citatorio judicial. Debe presentarse en tres días. Hay nuevas pruebas en su contra.
Magdalena tomó el sobre sin decir palabra.

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