Echó a su esposa y a sus cinco hijos de casa… ¡PERO CUANDO REGRESÓ HUMILLADO, TODO HABÍA CAMBIADO!-CHI

El operativo

En la fiscalía, Rubén armaba un equipo especial de rastreo. Magdalena no quiso quedarse.
—Voy con ustedes. No me pidas que me siente a esperar.

Camila insistió en ir también. Damián igual. Esta vez no iban a dejarlas solas. Se subieron a un coche patrulla sin distintivos.

El trayecto hacia Tlajomulco fue largo, pero cada minuto parecía eterno. Magdalena no parpadeaba; solo repetía el nombre de su hija como una oración.
—Ana Lucía. Ana Lucía.

Al llegar a la propiedad señalada, el vehículo se detuvo a 100 metros. La casa era blanca, de dos pisos, con rejas altas y un portón de madera. Una camioneta estaba estacionada afuera.
—Es ella —dijo Rubén.
—¿Qué hacemos? —preguntó Camila.
—Entramos —respondió Magdalena—. Pero yo primero.

Forzaron el candado. Entraron con cautela. La casa estaba en silencio, las luces apagadas. En el centro de la sala, sobre la mesa, había una hoja doblada en cuatro.

Era el dibujo, y en el reverso, escrito con la misma letra infantil:
Estoy bien. No me gusta este lugar. Mamá, ven por mí.

No había rastro de Ana Lucía ni de Brenda, solo una grabadora que repetía una voz suave una y otra vez:
No corras, no grites, no confíes.

Junto al aparato, una llave con una etiqueta que decía: próxima parada, Puebla.

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