—¿Qué pasó?
Le dio la carta. Damián la leyó sin parpadear.
—¿A qué se refiere al final?
Magdalena tragó.
—A algo que enterré hace muchos años y prometí no tocar, porque si salía me destruiría.
Lo miró.
—Ahora creo que es la única forma de proteger a Camila.
Mientras, en un café del centro, Brenda hojeaba un expediente delgado con fotos de Magdalena joven: copias de documentos, recortes viejos y una nota manuscrita: Si ella no habla, yo lo haré. Enfrente, una joven con gafas bebía café, inexpresiva.
—¿Estás segura de usar esto? —preguntó.
—Segurísima. Ya no tengo nada que perder —respondió Brenda con una sonrisa. No era solo venganza: era revancha personal. Y estaba por poner a Magdalena en el lugar que siempre evitó ante su hija: con la verdad desenterrada y sin escape.
Esa mañana el viento golpeó como si algo invisible quisiera sacudir las ventanas de la casa antes del amanecer. Magdalena no durmió. En la mesa, con un café frío, miraba la carta de Ernesto. La había leído tres veces. Cada línea la llevaba a un rincón del pasado, como si arrancara un vendaje que no quiso quitarse. Damián bajó en silencio. La vio con los ojos rojos y no necesitó preguntar.
—¿Seguro que quieres abrir eso? —susurró.
—No quiero… pero no me queda otra.
Se sentaron frente a frente. Magdalena respiró hondo. Su voz fue firme, cargando años:
—Hace veinte años, cuando Ernesto y yo íbamos a casarnos, me pidió firmar un poder para abrir una cuenta conjunta. Yo no entendía de números: confié. Dijo que era para ahorrar para los hijos. No lo era.
—¿Entonces?
—Esa cuenta se usó para desviar dinero antes de que naciera Camila. Y lo peor no es eso.
Damián aguardó.
—Lo peor es que lo supe tiempo después… y no hice nada. Un contador externo me llamó. Yo estaba embarazada, sola y con miedo. Ernesto me convenció de que “todo era por la familia”. Me manipuló: si hablaba, “nos lo quitarían todo”. Y le creí.
Damián bajó la mirada.
—Entonces Brenda tiene con qué destruirte.
—Sí. Con esos documentos puede decir que participé en algo ilegal, aunque no toqué un centavo. Y si Camila se entera por ella, antes que por mí… no me lo va a perdonar.
El silencio se estiró.
—Entonces díselo tú —respondió Damián—. Hoy.
Camila llegó tarde. Subió y se encerró. Magdalena la siguió y tocó.
—¿Podemos hablar?
—Está abierto.
Se sentó a su lado en la cama.
—¿Todo bien en la escuela?