Madre e hija comenzaron a asistir a conferencias, programas de formación y encuentros comunitarios para explicar su experiencia. No buscaban fama, sino conciencia. Descubrieron que su historia resonaba con muchas mujeres que todavía callaban por miedo, vergüenza o dependencia económica.
Una tarde de primavera, mientras cocinaban juntas, Adriana miró a Audrey con una serenidad nueva.
—Mamà… Quiero que sigamos contando nuestra historia. Si a mí me sirvió que tú llegaras esa noche, quizá podamos llegar a alguien más a tiempo.
Audrey sonrió.
—Eso haremos. Una verdad compartida puede salvar vidas.
La historia de Adriana no fue solo la de una víctima que escapó. Fue la de una mujer que encontró su voz, la usó para sanar y luego para ayudar.
Y así, madre e hija decidieron transformar el dolor en causa.
Porque cada vez que una historia de violencia se cuenta, una puerta hacia la libertad se abre para alguien más. Compártela.