El rostro de él palideció. Adriana, llorando en silencio, buscó el de su madre, como si por fin permitiera que la viera.
Y entonces se escucharon las sirenas acercándose por la calle Serrano.
La noche no había terminado. Pero algo, finalmente, había empezado.
En cuanto los agentes entraron en el piso, la dinámica del hogar quedó expuesta con una claridad brutal. Miguel intentó mantener la compostura, justificándose con argumentos torpes, mientras Helena aseguraba que “todo era una exageración” y que “las familias serias resolvían sus asuntos en casa”. Sin embargo, la grabación de Audrey y las marcas visibles en el rostro de Adriana fueron suficientes para que ambos fueran trasladados a comisaría.
Ya en el silencio posterior, Adriana se derrumbó. Audrey la arropó con una manta y le preparó una infusión de manzanilla.
—No quería que lo vieras —susurró Adriana—. Pensé… que podía controlarlo.
—Mi amor —respondió Audrey—, nadie debería tener que controlar la violencia de otra persona. Eso no es amor. Eso es miedo.
A la mañana siguiente, madrugaron para acudir a la comisaría de Chamartín a formalizar la denuncia. Audrey conocía cada paso del proceso: declaración, informe médico, custodia temporal del domicilio, medidas cautelares. Ayudó a su hija a sostenerse donde tantas mujeres se habían quebrado.
En las semanas siguientes, Adriana comenzó a reconstruir su vida. Asistió a terapia, reanudó su trabajo como investigadora biomédica en la Universidad Autónoma y volvió a contactar con amigas que Miguel le había apartado. Audrey se instaló temporalmente con ella para acompañarla en la readaptación.
Pero el caso tomó un giro inesperado. Al revisar la documentación financiera, la policía descubrió múltiples manipulaciones económicas que Miguel había realizado: desvíos de fondos de cuentas comunes, préstamos firmados sin conocimiento de Adriana y pagos sospechosos a nombre de empresas fantasma. Miguel no solo la había maltratado emocional y físicamente; también la había hundido económicamente sin que ella lo supiera.
A medida que el proceso judicial avanzaba, los medios comenzaron a interesarse por el caso. Un economista prestigioso, una familia influyente, y detrás de esa fachada, violencia y corrupción. Las cámaras esperaban a Adriana a la salida del juzgado, pero Audrey fue su escudo, gestionando a la prensa, exigiendo respeto y privacidad.