La anciana parecía cansada, pero amable. En el control de pasaportes, le explicó con delicadeza al agente que iba a visitar a sus nietos durante el invierno; hacía tanto tiempo que no los veía y los extrañaba muchísimo. Una vez revisados sus papeles, empujó con cuidado su vieja maleta gris hacia la cinta transportadora de seguridad.
El joven agente, con su uniforme inmaculado, miraba con cansancio la pantalla. Bolsa tras bolsa pasaban, todas normales, hasta que apareció una extraña forma en el monitor. Se inclinó hacia delante, entrecerrando los ojos.
“Espere… ¿qué se supone que es esto?”, susurró.
Su mirada se posó en la mujer del pañuelo, que esperaba pacientemente.
“Señora, ¿puede decirme qué hay en su equipaje?”, preguntó.
“Nada inusual”, respondió ella en voz baja. “Solo regalos para mis nietos”.
El agente frunció el ceño. “Eso no es lo que muestra el escáner, señora. ¿Qué intenta ocultar?” Bajó la mirada y sus manos temblorosas la delataron. Parecía asustada, casi culpable.