Un día, muchos años después, mientras revisaba los armarios viejos, encontré la caja de madera con el collar de jade.
Lo abrí con manos temblorosas.
Dentro, además del jade, había una pequeña nota doblada que yo nunca había visto.
“Para que recuerdes que el amor verdadero no muere; solo espera que el tiempo lo purifique.”
Lo sostuve contra el pecho.
El aire olía a lluvia, igual que aquel día en que los coches se detuvieron frente a mi casa.
Y entonces comprendí algo que tardé media vida en entender:
no todos los finales felices llegan con besos o promesas.
Algunos llegan en forma de paz, de perdón… y de un hijo que mira el horizonte con la misma fuerza con la que una madre aprendió a resistir.
Desde ese día, cada vez que la lluvia cae sobre el tejado de mi casa, siento que Minh está cerca.
No como un fantasma, sino como un recuerdo que dejó de doler.
El pueblo sigue contando nuestra historia.
Algunos dicen que fue un milagro, otros que fue justicia.
Pero yo sé la verdad:
Fue vida.
Y la vida, cuando se construye sobre amor y coraje, siempre termina haciendo llorar a quienes una vez se rieron.