Mariela se encerró en la cocina. Camila pidió ver una película en la sala y Juan Luis fingió revisar unos papeles de trabajo, pero su mente estaba en otra parte. Apenas cayó la noche, esperó a que Mariela se durmiera. Se sentó en el borde de la cama, mirando su rostro apacible y no pudo evitar sentir una punzada de desconfianza. ¿Por qué justo ella no había preguntado nada sobre el diagnóstico? Con el corazón acelerado, se levantó en silencio, salió al pasillo y marcó el número del doctor que había conseguido en la tarjeta.
Contestó con voz baja, nerviosa, “Doctor, soy Juan Luis. Necesito que me diga qué está pasando. Hubo un silencio breve, seguido de un suspiro. Señor Juan Luis, lo que vi hoy en su hija no corresponde con los informes que ustedes me entregaron. ¿Cómo que no corresponde? Preguntó él con un hilo de voz. Su hija no debería necesitar esa silla. Lo que encontré en sus análisis indica algo más que una enfermedad. Juan Luis apretó el teléfono contra su oído.