Doné mi hígado a mi esposo… pero el médico me dijo: ‘Señora, el hígado no fue para él.’ Entonces…

Cliffanger, regresé a casa con aquel papel de Lucía que en la mano. Lo que usted donó no fue exactamente lo que le contaron. Esas palabras se repetían como un eco dentro de mi cabeza. ¿Alguna vez sentiste eso? que todo a tu alrededor parece normal, pero debajo de la superficie hay una mentira enorme a punto de explotar. Yo lo sentía en cada respiración dolorosa, en cada paso pesado que daba por la casa. Esa noche no pude dormir. El cuarto estaba hundido en silencio, salvo por la respiración tranquila de Julián a mi lado.

Un ronquido leve, sereno, como si no tuviera nada que ocultar. Yo, en cambio, miraba el techo con lágrimas corriéndome por las cienes. Yo había entregado una parte de mí, un pedazo real de mi cuerpo y lo mínimo que esperaba era la verdad, pero lo que recibía era silencio y miedo. Dos días después reuní valor y volví al hospital. El pasillo estaba lleno de batas blancas, pasos apresurados, el olor fuerte de desinfectante. Cada mirada que se cruzaba con la mía me parecía cómplice de algo que yo aún no sabía.

El doctor Morales me recibió en su consultorio. Era hepatólogo, respetado, pero no había participado en la cirugía. Cerró la puerta como si quisiera asegurarse de que nadie escuchara. Y siéntese, señora Álvarez, dijo ajustándose los lentes. ¿Cómo se ha sentido después del procedimiento? Mal, respondí seca, pero no es por el dolor, es porque siento que no me contaron todo. Él guardó silencio unos segundos, tamborileando los dedos sobre el escritorio. Finalmente suspiró. Tiene razón en desconfiar. Mi corazón se aceleró.

¿Qué quiere decir? Bajó la vista hacia una carpeta de documentos. Pasaba las hojas como si buscara tiempo. El trasplante tuvo irregularidades. Sentí que el cuerpo entero se me helaba. Irregularidades de qué tipo carraspeó, miró hacia la puerta y luego en voz baja. Oficialmente el procedimiento fue registrado a nombre de Julián Herrera, pero los análisis de laboratorio y los reportes no coinciden. El órgano no fue para él. Por un instante creí que iba a desmayarme. ¿Qué? ¿Cómo que no fue para él?

Mi voz temblaba. Entonces, ¿para quién fue? Él vaciló. Aún no puedo afirmarlo con certeza. Hay huecos en los registros, firmas que parecen falsificadas, protocolos alterados. Pero hay otro dato. Movimientos financieros extraños. Depósitos directos al cirujano responsable. Está diciendo que Julián sobornó al médico. Él me miró en silencio y eso bastó como respuesta. Salí tambaleando como si el suelo hubiera desaparecido. El sol quemaba afuera. Pero yo solo veía oscuridad. Yo había dado mi cuerpo. Yo sangré. Estuve al borde de morir en esa mesa de cirugía y ni siquiera había sido por Julián.

Esa noche esperé a que se metiera a bañar. Mi cuerpo dolía. Cada movimiento era un castigo. Pero aún así caminé hasta su computadora. Me senté en la silla con los dedos temblorosos. El corazón golpeaba tan fuerte que temía que lo oyera desde la regadera. Abrí carpetas, documentos, al principio nada más que archivos de trabajo y fotos viejas. Estuve a punto de rendirme, pero en una carpeta escondida con un nombre genérico, documentos 02, encontré un recibo de transferencia bancaria.

Se me fue el aire a leerlo. Destinatario doctor Gutiérrez. Monto demasiado alto para explicarlo como honorarios. Descripción urgente confidencial. Las manos se me helaron sobre el teclado. Seguí buscando otra carpeta, otra capa de secretos y ahí estaban copias de protocolos hospitalarios adulterados, nombres borrados, tachaduras evidentes. Y entonces el golpe final, un informe clínico con el nombre del receptor final. Paciente receptora, mujer, 29 años. Las palabras bailaban frente a mis ojos. No era Julián, nunca había sido. Todo mi cuerpo temblaba.

Yo había dado un pedazo de mí y ni siquiera sabía para quién. ¿Puedes imaginarlo? ¿Qué harías si descubrieras que el sacrificio más doloroso de tu vida fue robado? ¿Usado para salvar a alguien que jamás debió estar ahí? En ese momento no lloré, no grité, solo sentí un vacío tan profundo que parecía tragarme por dentro. Tenía que descubrir quién era esa mujer y sobre todo por qué Julián me lo había ocultado. Paciente receptora, mujer, 29 años. Esas palabras quedaron grabadas en mi mente como hierro candente.

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