Doné el fondo de mi vestido de graduación para ayudar a un hombre sin hogar, y la vida me dio un final de cuento de hadas.

Mientras iba en autobús de regreso a casa, algo me atormentaba. No era culpa, sino una sensación inexplicable. Los ojos de Daniel habían estado tan llenos de dignidad a pesar de todo. Y yo había visto algo más en ellos: esperanza. Solo una chispa. Un destello. No podía dejar de pensar en él.

Sólo con fines ilustrativos

Esa noche, mientras me cepillaba el pelo, miré el sobre con dinero que había guardado en mi cajón: mi fondo para el vestido de graduación. Casi 320 dólares. Me había esforzado muchísimo para ahorrarlo. Ese vestido rosa pálido, con sus capas de tul, parecía un trofeo por haber sobrevivido cuatro años de instituto.

Pero lo único que podía ver en mi mente eran las manos rojas y agrietadas de Daniel.

A la mañana siguiente se lo conté a mi mamá.

“Creo que quiero usar el dinero de mi vestido de graduación para ayudarlo”, dije.

Me miró un momento, atónita. “Cariño… ¿estás segura? Llevas meses soñando con ese vestido”.

Leave a Comment