Alejandro sintió que su corazón se hundía, pero intentó mantener una expresión neutral. Por supuesto, tu trabajo es importante, Alejandro, dijo Elena tomando su mano. Quiero que vengas conmigo. La proposición lo tomó completamente por sorpresa. A Costa Rica. No solo a Costa Rica. Quiero que vengas conmigo a donde sea que vaya. Quiero que seamos una pareja real, no solo estos días robados en la montaña. Alejandro sintió pánico. Elena, ¿no entiendes? Yo no funciono en el mundo real. Aquí contigo puedo pretender ser normal, pero afuera, afuera, ¿qué?
Preguntó Elena con firmeza. Afuera la gente nos miraría, se preguntarían qué hace una mujer como tú con alguien como yo. ¿Te darías cuenta de que hay hombres mejores, más completos? Basta”, exclamó Elena levantándose del banco. “Deja de hablar de ti mismo como si fueras defectuoso.” “Pero lo soy”, gritó Alejandro, su voz quebrándose. Elena, “tengo 40 años y antes de ti nunca había besado a nadie. Camino raro, hablo raro, mi brazo no funciona bien. La gente va a reírse de ti por estar conmigo.” Elena lo miró con una mezcla de amor y frustración.
¿Sabes qué veo cuando te miro? Una obra de caridad. murmuró Alejandro. Veo al hombre más valiente que he conocido. Veo a alguien que ha construido una vida hermosa a pesar de que el mundo le dijo que no la merecía. Veo al hombre que me salvó de una tormenta y que me ha enseñado que el hogar no es un lugar, sino una persona. Elena, no he terminado, continuó ella. Veo al hombre que me hace reír hasta que me duele el estómago, que conoce más sobre la naturaleza que cualquier científico que haya conocido, que programa sistemas que ayudan a hospitales a salvar vidas, que rescata animales discapacitados porque sabe lo que es ser rechazado.
Las lágrimas corrían por las mejillas de ambos ahora, pero más que nada, dijo Elena, arrodillándose frente a él, veo al hombre de que me he enamorado completamente. Y si no puedes creer que mereces amor, entonces créeme a mí. En ese momento, Raúl se acercó para informar que la camioneta estaba lista. Elena miró a Alejandro con ojos suplicantes. Ven conmigo, por favor. Dame la oportunidad de demostrarte que esto es real. Alejandro miró hacia su casa, hacia sus perros, hacia la vida segura que había construido.
Luego miró a Elena, a la mujer que había llegado con una tormenta y había transformado todo lo que creía sobre sí mismo. “No puedo dejar a mis perros”, dijo finalmente. Elena sonrió a través de sus lágrimas. “Entonces llevaremos a tus perros, Bruno. Luna y Coco van a amar viajar.” “¿En serio harías eso?”, preguntó Alejandro incrédulo. Por ti haría cualquier cosa respondió Elena, pero necesito saber que estás dispuesto arriesgarte conmigo. Alejandro cerró los ojos sintiendo el peso de 40 años de miedo y aislamiento, pero también sintió algo más fuerte, el amor de una mujer que lo veía como nunca había logrado verse a sí mismo.
“Está bien”, susurró. “Voy contigo.” Elena lo besó con una pasión que le confirmó que había tomado la decisión correcta. Pero el verdadero desafío apenas comenzaba. ¿Podría Alejandro sobrevivir al mundo real sin perder la confianza que Elena había despertado en él? Dos semanas después, Alejandro se encontraba en el aeropuerto de la Ciudad de México, rodeado de cientos de personas, sintiendo cada mirada como un juicio. Era la primera vez en 8 años que estaba en un lugar público tan abarrotado.
Sus perros viajaban en transportadoras especiales y Elena había arreglado todos los papeles veterinarios para el viaje internacional. ¿Estás bien?”, preguntó Elena, notando como Alejandro se tensaba cada vez que alguien pasaba cerca. “Solo hay mucha gente”, respondió, su mano izquierda apretando nerviosamente la correa de la mochila mientras esperaban en la fila para documentar equipaje. Alejandro notó a una pareja joven mirándolos y susurrando. Su mente inmediatamente asumió lo peor. Estaban hablando de la extraña pareja, la mujer hermosa con el hombre defectuoso.