Después del funeral de mi esposo, mi hijo me llevó al borde de la ciudad y me dijo, “Aquí es donde te bajas”… Pero él no sabía el secreto que ya llevaba dentro…

El de Josh. Esa noche no lloré. Pero sí me tumbé en esa cama del motel, mirando la mancha de agua en el techo y susurrando al silencio.

Te extraño, Leo. Y después de una larga pausa, creo que finalmente estoy lista para hacer lo que me dijiste. Porque no fue solo un momento el que me advirtió.

Fueron cientos. Suaves. Sutiles.

Fáciles de pasar por alto. La forma en que Josh dejó de llamarme a menos que algo necesitara arreglo. La forma en que Camille decía, debes estar cansada como si fuera una sugerencia amable cuando en realidad era una correa.

La forma en que dejó de llamarme mamá. Comenzó a llamarme Georgia. El cambio de nombre dolió más de lo que nunca admití.

No porque fuera fría, sino porque fue intencional. Acción

Mientras el sol se levantaba lentamente sobre el horizonte, con su luz cálida atravesando las grietas del hotel de mala muerte donde me había refugiado durante esos días, la sensación de que algo dentro de mí estaba comenzando a cambiar era inconfundible. Había pasado meses caminando sin rumbo, sin saber si alguna vez encontraría mi lugar en el mundo nuevamente. Pero al mirar esa primera luz del día, supe que había algo en mí que no se había quebrado, algo que se estaba reconstruyendo, más fuerte y más sabia.

Con los días que pasaron en el motel, me tomé el tiempo de mirar atrás y pensar en lo que había perdido y en lo que había ganado. No sabía exactamente qué camino seguir, pero sabía que ya no tenía miedo de caminarlo sola. Algo dentro de mí había cambiado esa noche en la que mi hijo me arrojó al borde del mundo. Él pensaba que me dejaba atrás, pero lo que hizo fue darme la libertad de encontrarme a mí misma.

Recuerdo cuando regresé a mi hogar por primera vez, después de la huida forzada. La casa que compartí con Leo, mi vida compartida con él, todo parecía ajeno y distante. Todo, menos el recuerdo de nuestras sonrisas y el amor que habíamos cultivado en ese lugar. Vi a través de la ventana del auto, ese lugar que había sido mi refugio y mi vida, ahora parecía vacío. No sólo porque estuviera físicamente solo, sino porque sentí cómo la traición de mi hijo se había impregnado en las paredes de ese hogar.

No había nada que pudiera hacer para revertir lo que había ocurrido, pero sí había algo que podía hacer para sanar. En mi interior sabía que el amor que le tenía a mi hijo no se había ido, aunque sus acciones me hubieran quebrado. Había perdido algo, sí, pero había encontrado algo también: mi propio poder.

Con el paso de los días, me fui alejando de lo que me hacía daño. Llamé a Dora, una vieja amiga que me había dado refugio en esos momentos de desesperación. Ella me animó a dar el siguiente paso. Le conté cómo me sentía rota, cómo la traición de Josh me había dejado sin rumbo, pero también cómo ese mismo sentimiento me había permitido mirar hacia adelante y no hacia atrás. Fue Dora quien me sugirió que, si ya no podía continuar en el mismo lugar, podría crear algo nuevo. Una vida diferente, algo que me perteneciera solo a mí.

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