Ambos me miraron. Podría haberla echado con la misma crueldad que ella usó conmigo. Pero pensé en James. —Tómate el fin de semana —dije finalmente—. Empaca lo que te pertenezca personalmente. Resolveremos el resto después. Eleanor me miró como si hubiera hablado en un idioma extranjero. —Me estás dando tiempo. —Te estoy dando dignidad. La misma dignidad que debiste haberme dado a mí.
Ella asintió lentamente, quizás reconociendo algo que había sido demasiado orgullosa para admitir antes. —Catherine —dijo—, te debo una disculpa. Pasé todo tu matrimonio creyendo que habías atrapado a mi hijo por su dinero. El hecho de que todo esto te haya tomado por sorpresa prueba que el dinero nunca fue tu motivación. Lo siento.
La semana siguiente pasó en una neblina de trámites. Descubrí que James no solo me había dejado dinero; me había dejado la responsabilidad de la Fundación Patterson, una organización benéfica que había estado inactiva. Decidí reactivarla y aumentar su financiación a cinco millones anuales, enfocándome en apoyar a mujeres viudas y cuidadores familiares, personas que, como yo, habían sacrificado todo por amor.
Unos días después, Eleanor vino a verme. Estaba cambiada, humilde. —He estado pensando en lo que dijiste sobre la dignidad —dijo Eleanor—. La verdad es que estaba celosa. Celosa de lo feliz que James era contigo. Me entregó una pequeña caja. Dentro había un anillo antiguo de zafiro y diamantes. —Este anillo ha pasado a las esposas de los hombres Sullivan por cuatro generaciones. Tú ya eras una Sullivan, Catherine. Me negué a verlo.
Acepté el anillo y luego le entregué a Eleanor una carpeta. —Eleanor, James compró la casa donde vives actualmente hace cinco años. Has estado pagando alquiler a tu propio hijo. Él guardó ese dinero en un fideicomiso para ti. Le entregué la escritura. —Te transfiero la propiedad. Es tuya. Sin alquiler, sin condiciones. Eleanor comenzó a llorar. —¿Por qué harías eso? —Porque James te amaba. Y porque la seguridad no debería depender de la buena voluntad de otra persona.
A la mañana siguiente, recibí una llamada de la policía. —Sra. Sullivan, tenemos a Eleanor Sullivan aquí. Dice que quiere reportar un crimen… contra ella misma. Fui a la estación. Eleanor estaba tratando de confesarse culpable de desalojo ilegal y acoso contra mí. Quería enfrentar consecuencias reales. —Eleanor —le dije—, James no preparó todo esto para que fueras a prisión. Lo hizo para que aprendieras. —Aprendí que soy una persona terrible. —Entonces sé mejor.
Le ofrecí una alternativa: trabajar conmigo en la fundación, ayudando a familias en cuidados paliativos. Ella aceptó.