Después de dar a luz, mis hormonas cambiaron. Mi esposo repetía una y otra vez que yo olía mal: “Tu olor es agrio, vete a dormir al sillón de la sala”. Yo sólo respondí con algo tan simple que terminó avergonzándolo profundamente.

La publicación se hizo viral. Muchas madres mexicanas compartieron historias similares, algunas etiquetaron a sus esposos. Hubo escándalo en la familia de Rodrigo; incluso mi suegra, siempre dura, me llamó para disculparse por no haberme defendido.

Rodrigo ofreció terapia de pareja en una clínica de la Colonia Roma, propuso un calendario para repartir el cuidado de Emiliano los fines de semana, se ofreció a dormir en la sala mientras yo recibía tratamiento, y se inscribió en un curso para “nuevos padres” en un ONG de Guadalajara. Le puse tres condiciones:

Nada de burlas ni comentarios sobre mi cuerpo, dentro o fuera de casa.

Repartir cuidados del bebé y tareas del hogar (calendario pegado en el refrigerador).

Respetar las indicaciones médicas: nada de culparme por flojera o entrometerse en el tratamiento.

Él aceptó y firmó un “acuerdo de reglas de la casa”. Yo le di tiempo, sin prometer nada.

Un mes después, mi peso comenzó a estabilizarse, el tiroides estaba bajo control, mi piel se aclaró, el mal olor desapareció. Rodrigo aprendió a bañar al bebé, programó alarmas nocturnas, hizo las compras. Un día dejó sobre la mesa un sobre con una hoja nueva, junto a un impreso de sus antiguas palabras:

“Amaré y protegeré—no con palabras, sino con actos.”

No necesito flores, necesito respeto. Y esta vez lo vi: en la cocina, en la lavadora, en el biberón, en la terapia.

Concluí mi publicación:
“Los cambios hormonales después del parto son reales. Si percibes un olor ‘agrio’, quizá sea una señal de que tu cuerpo necesita ayuda—no una excusa para echar a tu esposa al sillón. Un buen hombre no es el que dice cosas bonitas, sino el que sabe pedir perdón y volver a aprender a ser esposo.”

Y así, con una simple respuesta—no con discusiones, sino con pruebas de amor pasado y un diagnóstico médico—logré que él se mirara al espejo y que toda la familia entendiera: a las mujeres posparto se les respeta.

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