Desesperada, fui a la oficina del notario, sabiendo que me esperaban mi exmarido, su amante y…

No fue fácil convencerlos, pero gradualmente la visión comenzó a tomar forma. Varios inversionistas internacionales, atraídos por el enfoque ecológico, decidieron aumentar su participación. En la oficina la transición fue complicada. Algunos empleados me veían como la villana que había derrocado a Javier. Otros, especialmente mujeres que habían sufrido su actitud machista, me apoyaban discretamente. Tiempo al tiempo, me aconsejó Rodrigo, quien se había convertido en mi mano derecha. La lealtad no se gana con discursos, sino con acciones. Implementamos nuevos protocolos de transparencia financiera.

Cada peso gastado debía ser justificado y documentado. Las reuniones eran grabadas para evitar malentendidos. Poco a poco estábamos limpiando la empresa. Una tarde, mientras revisaba informes en la que había sido la oficina de don Ricardo, Rodrigo entró con expresión grave. Acaban de llamar del Hospital Ángeles. Doña Mercedes sufrió un derrame cerebral esta mañana. La noticia me tomó por sorpresa. Es grave. Bastante. Y hay un problema adicional, añadió Rodrigo. Usted aparece como su contacto de emergencia en documentos médicos antiguos.

Al parecer nunca los actualizó después del divorcio. Yo me quedé atónita. ¿Qué hay de Javier? Está en proceso legal y tiene prohibido contactar con miembros de la junta directiva, incluida su madre. Me quedé en silencio, procesando la ironía de la situación. La mujer que me había manipulado y despreciado durante años ahora dependía de mí para decisiones médicas. Iré al hospital, decidí finalmente. Patricia me miró como si hubiera perdido la razón. ¿Por qué te involucrarías? Después de todo lo que te hizo, no lo hago por ella, respondí.

Lo hago por mí. No quiero convertirme en lo que ella fue, alguien que usa a las personas como objetos desechables. El hospital era un edificio moderno en las lomas. Cuando llegué a la habitación privada, la imagen de doña Mercedes conectada a máquinas, pequeña y frágil en la cama me impactó. La mujer imponente que siempre me había intimidado, parecía ahora una anciana vulnerable. Señora Valenzuela, me saludó el médico. La paciente está estable, pero ha perdido movilidad en el lado derecho.

Necesitamos su autorización para algunos procedimientos. Firmé los documentos necesarios y me quedé un momento a solas con ella. Aunque inconsciente, su presencia seguía siendo poderosa. “Nunca entenderé por qué me odiaste tanto”, murmuré. “Yo solo quería formar parte de tu familia.” Para mi sorpresa, doña Mercedes abrió los ojos. Elena. Su voz era apenas audible. No, deberías estar aquí. Soy su contacto de emergencia, expliqué. Nadie más podía venir. Intentó moverse, pero no pudo. Lágrimas de frustración rodaron por sus mejillas.

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