Desde que acepté que mi padrastro viniera a vivir conmigo, el dinero en el armario ha ido desapareciendo poco a poco. Lo seguí a escondidas y me avergoncé al descubrir la verdad.

A los 24 me casé, y poco después tuve un hijo. Con el amor de mi esposo, el cariño de mis suegros, y un trabajo estable en Ortigas, no podía pedir más. Pero vino una tragedia: Mamá falleció de una enfermedad grave. Me derrumbé por un tiempo. Pensando en todo lo que mi tío hizo por mí y por mis hijos, decidí llevar a Papá Dan a vivir con nosotros en Pasig para cuidarlo, como una forma de devolverle lo que hizo.

Al principio, mi tío no aceptó y dijo que “no molestara a los niños”. Le rogué mucho hasta que aceptó volver.

Pero desde que él se mudó, descubrí algo extraño: el dinero en el armario disminuía poco a poco. Mi esposo y yo salíamos temprano al trabajo, mi esposo volvía más temprano que yo; mi hijo iba a la escuela. Durante el día, solo mi tío Dan estaba en casa.

Al principio pensé que quizá mi tío tomaba algo de dinero para comprar algo del mercado, así que lo ignoré. Pero cuando esto ocurrió muchas veces, empecé a sospechar.

Un día, salí temprano del trabajo. Sabía que mi tío iba a recoger a mi hijo en jeep, así que miré el armario secreamente — otra vez faltaba dinero. Decidí instalar una pequeña cámara en el cuarto, esperando ver lo que ocurriría.

Al día siguiente, vi que alguien entró al cuarto, abrió con cuidado el cajón. Y no era Papá Dan — era mi hijo. Mi corazón se hundió. No esperaba eso de él.

Cuando lo confronté y le mostré la evidencia, lloraba, susurrando:

— “Mamá, solo tomé un poco de dinero para comprar un regalo de cumpleaños para mi amigo…”

Al oír eso, sentí tristeza y remordimiento. Me culpé por no haberle enseñado bien, por haber permitido que tomara dinero en secreto. Me avergoncé aún más cuando casi acusé erróneamente a Papá Dan — el hombre que en otro momento se había negado a tener un hijo biológico solo para darme todo su amor a mí.

Esa noche, le pedí perdón a mi tío. Él solo tomó mi mano: “Los niños no saben cómo preguntar. Puedes enseñarles.” Entonces alentó a su sobrino contándole historias de los viejos tiempos cuando quería comprarse un yo-yo pero no se atrevía a pedírselo a Mamá, y finalmente juntaba botellas vacías para venderlas por algo de dinero — y él sonrió suavemente. Sin una palabra de reproche.

Me senté junto a mi hijo, le enseñé a decir “por favor – gracias – perdóname”, le expliqué la mesada y el ahorro. Hicimos una hucha de tres compartimentos:

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