Durante un mes entero, la madre no vio a su hija regresar a casa. Preocupada, decidió visitarla… pero al llegar, un hedor insoportable la sorprendió en la puerta. Dentro, descubrió a su yerno escondiendo un costal bajo la cama…
A inicios de ese mes, una mañana cualquiera, Doña María, en un pequeño pueblo de Jalisco, estaba sentada en una vieja silla de mimbre en el corredor de su humilde casa. Su mirada permanecía fija en la carretera que llevaba a Guadalajara, donde vivía su hija.

Había pasado ya un mes desde que Ana —su hija— había ido como de costumbre a visitarla cada fin de semana. Siempre tomaba el camión, charlaba un rato con ella y compartían un sencillo almuerzo casero. Pero esa vez no hubo visitas, ni mensajes, ni llamadas. Cuando Doña María intentó marcarle por teléfono, el número estaba apagado.
En su corazón nació una angustia. “Quizás anda demasiado ocupada y se olvidó de llamarme”, se dijo, pero la preocupación seguía oprimiendo su pecho.
Ese día tomó el primer autobús a Guadalajara para buscarla. Ana vivía con su esposo, Raúl, en una pequeña casa rentada en una calle estrecha.
Apenas bajó del camión y se acercó al portón, un olor nauseabundo le dio de lleno en la cara. Se cubrió la nariz con la mano.
“Seguramente hay un basurero cerca”, pensó. Pero al mirar alrededor, la calle estaba limpia, los vecinos en lo suyo. El hedor provenía claramente de la casa de su hija.