—Me enteré hace unos días. El médico dice que es muy temprano y hay que vigilarlo. Pensaba esperar a que todo fuera seguro para contártelo… pero hoy sentí que debía decirlo.
Ya no pensé en los papeles de divorcio. Solo la miré, a ese rostro delgado, y entendí que en 10 años nunca habíamos dejado de tener esperanza… solo que a veces era tan diminuta que ni la veíamos. El juez nos observaba, expediente aún abierto. Tomé su mano y dije:
—Retiro la solicitud.
Ella bajó la cabeza, dejando caer una lágrima. Por primera vez en mucho tiempo, vi en sus ojos un destello de esperanza, frágil pero radiante. Salimos de la sala y nos sentamos juntos en una banca del pasillo. Nadie habló, solo nos tomamos de las manos, como si el mundo se hubiera detenido, dejando solo a los dos… y a nuestro hijo creciendo poco a poco en su vientre.
Esa noche la llevé a casa. La primera cena después de semanas separados fue un poco incómoda, pero suficiente para darnos cuenta: todavía nos amábamos, todavía nos importábamos, y todavía teníamos una familia por la que luchar.
Sé que el camino que viene no será fácil. El embarazo apenas empieza y habrá preocupaciones: la salud de ella, la seguridad del bebé. Pero esta vez, en lugar de dejarla cargar sola, quiero caminar con ella.
Ahora pienso que si ese día no hubiera escuchado esas cinco palabras, tal vez nos habríamos perdido para siempre, cada uno por su lado, lamentándonos toda la vida. A veces, los milagros llegan cuando más cansados estamos, cuando creemos que hemos soltado la mano… y lo único que hace falta es volver a tomarla una vez más.