—¡No lo toques! —ordenó Fernando, con la voz temblorosa.
Fernando miraba sus pies.
El dedo gordo de su pie derecho se movió.
Solo un milímetro. Pero se movió.
Fernando contuvo el aire. Se concentró con todas sus fuerzas.
La pierna izquierda se sacudió violentamente, en un espasmo muscular que no había tenido en dos años.
—Dios mío… —susurró Fernando.
Se agarró de los descansa-brazos de la silla. Sus nudillos se pusieron blancos.
—¡Señor, no se mueva, se va a caer! —gritó Rosa, asustada.
—¡Cállate, Rosa! —dijo él, llorando y riendo al mismo tiempo—. ¡Ayúdame!