Stanisław estaba sentado en un banco helado de un parque a las afueras de Cracovia, temblando de frío. El viento silbaba, trayendo consigo el frío que se colaba en sus huesos, mientras los copos de nieve caían perezosamente al suelo, cubriéndolo todo con un manto blanco. La noche, oscura y eterna, parecía tragárselo, mientras él solo podía pensar en cómo había llegado hasta allí.
Hace tan solo unas horas, había estado en su propia casa, rodeado de los recuerdos de toda una vida, de las paredes que él mismo había levantado, y de los objetos que tenían un significado profundo para él. Pero ahora, su hijo, Andrzej, y su nuera, Magda, lo habían echado de su hogar. El desprecio en los ojos de su hijo, la indiferencia con la que lo había tratado, lo habían dejado completamente desarmado.
“Papá, Magda y yo estamos bien. Ya no eres joven, deberías considerar mudarte a una residencia o alquilar algo pequeño. Además, tienes pensión, así que no te preocupes”, le había dicho Andrzej, con una frialdad que le cortó el aliento.
“Pero esta es mi casa…” replicó Stanisław, pero su voz, cargada de dolor, fue ignorada.
“Me la cediste todo”, respondió Andrzej, sin inmutarse. “Ya está todo en los papeles.”
En ese momento, Stanisław sintió que no le quedaba nada. Todo lo que había dado, su amor, su esfuerzo, su vida entera, había sido desechado como si no tuviera valor. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se marchó, dejándolos atrás, sin mirar atrás, sabiendo que esa era su despedida.
Ahora, allí, en la fría oscuridad del parque, se sentó solo, con el alma destrozada y el cuerpo congelado. No podía entender cómo un hombre que había dado tanto por su familia podía ser tratado de esa manera. Su corazón estaba tan helado como sus manos, pero el frío no era lo peor. El dolor en su interior lo desbordaba.
De repente, un leve roce en su mano helada lo hizo volver a la realidad. Levantó la vista, y frente a él, un perro se paró. Era un pastor alemán, grande y peludo, con unos ojos llenos de una sabiduría que parecía sobrepasar cualquier explicación lógica. El perro lo miró fijamente y luego le tocó suavemente la mano con su hocico, como si le dijera “No estás solo”.