Me devolvió el abrazo:
“Hermano hasta la muerte. Y más allá”.
Dos semanas después, Alejandro falleció en un hospital de Guadalajara. Mariana estuvo conmigo en el funeral, no por amor romántico, sino porque por fin habíamos aprendido a hablar… como dos personas que ya no se debían nada.
Me paré frente a su tumba, puse la invitación falsa sobre la tierra fresca y murmuré:
“Prometo vivir mejor… por ti también”.
Una brisa cálida se deslizaba entre los árboles, como si Alejandro todavía estuviera allí, sonriendo con esa calma suya que siempre me salvaba.
Y por primera vez en mucho tiempo… sentí que podía seguir adelante.