Cuatro meses después del divorcio, mi exesposa me invitó a su boda. En cuanto vi la cara del novio, se me paró el corazón: la verdad era aún más amarga de lo que había imaginado…

Me devolvió el abrazo:

“Hermano hasta la muerte. Y más allá”.

Dos semanas después, Alejandro falleció en un hospital de Guadalajara. Mariana estuvo conmigo en el funeral, no por amor romántico, sino porque por fin habíamos aprendido a hablar… como dos personas que ya no se debían nada.

Me paré frente a su tumba, puse la invitación falsa sobre la tierra fresca y murmuré:

“Prometo vivir mejor… por ti también”.

Una brisa cálida se deslizaba entre los árboles, como si Alejandro todavía estuviera allí, sonriendo con esa calma suya que siempre me salvaba.

Y por primera vez en mucho tiempo… sentí que podía seguir adelante.

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