La discusión se detuvo cuando escucharon un ruido arriba. Álvaro corrió a la habitación y encontró a Lucía de pie allí, mirando por la ventana, temblando. —Papá… pensé que te ibas otra vez. Él la abrazó fuertemente. —Nunca te dejaré sola. Nunca más.
Mientras bajaban de nuevo, tomó una decisión. —Rebeca, mañana hablaremos con la Guardia Civil. Y con los servicios sociales. —¡No puedes hacerme eso! —gritó ella—. ¡Arruinarías mi vida! —Tú casi arruinas la de mi hija.
La mujer se abalanzó sobre él, pero Álvaro la detuvo. —Te aconsejo que duermas y pienses bien cómo quieres que cuente lo que pasó. Porque habrá una investigación. Rebeca se dio cuenta de que no tenía escapatoria. Esa noche se encerró en la habitación de invitados.
A la mañana siguiente, Álvaro habló con las autoridades. Se presentó una denuncia. Los servicios sociales examinaron a Lucía y confirmaron el estado de abandono y maltrato psicológico. También se descubrió la identidad del hombre que visitaba a Rebeca: un trabajador temporal de una granja cercana con antecedentes de violencia doméstica.
El caso avanzó rápidamente. Rebeca enfrentó cargos de abuso y negligencia grave. El hombre fue arrestado por amenazar a una menor.
Durante semanas, Álvaro se centró en ayudar a Lucía a reconstruir su confianza. La niña comenzó terapia y poco a poco empezó a reír de nuevo, a comer mejor y a dormir sin pesadillas. Todo el pueblo apoyó al padre y a la hija.
Una tarde, meses después, mientras caminaban juntos por el camino rural que llevaba a los campos, Lucía le tomó la mano. —Papá… ¿crees que alguna vez volveremos a vivir en paz?
Él sonrió, con una mezcla de tristeza y esperanza en su voz. —Estamos llegando, cariño. La paz no es un lugar. Es algo que tú y yo vamos a construir, un paso a la vez.
Lucía apoyó la cabeza en su brazo. —Gracias por volver. Álvaro la miró con el orgullo más profundo que un padre puede sentir. —Siempre volveré. Siempre.