Durante días, mi familia me bombardeó con llamadas, mensajes, correos.
Mi madre lloraba diciendo que había malinterpretado todo.
Mi padre me enviaba mensajes cortos: “Eres una ingrata.”
Mi hermana publicó indirectas en redes, llamándome “traidora”.
No respondí.
En su lugar, cambié las cerraduras, instalé cámaras nuevas y me di el permiso de respirar.
Con el tiempo, el silencio reemplazó al ruido.
Y en ese silencio, encontré algo que nunca había tenido antes: paz.
Un nuevo comienzo
Tres meses después, una carta llegó a mi buzón.
Era de mi madre. No había rencor, solo unas líneas torpes:
“No entendíamos cuánto necesitabas este espacio para ti.
Siempre pensamos que seguías siendo la niña que necesitaba ayuda.
Ahora sabemos que eres la mujer que puede decir no.
Ojalá algún día podamos visitarte… con tu permiso.”