Cien millones. El teléfono se me cayó de las manos y golpeó el suelo. Cien millones de dólares, más de tres veces lo que mis hijos habían recibido entre los dos. Me senté en el suelo de la cocina, conmocionada, intentando procesar lo que acababa de oír. Arthur me había dejado una fortuna secreta. Una fortuna que nadie conocía. Una fortuna que hacía que los treinta millones del testamento oficial parecieran ridículos.
Pero eso no era todo. La operadora continuó: «Señora, también tenemos instrucciones de enviarle una caja de seguridad que su marido depositó aquí hace dos años. Podemos programar la entrega». Una caja de seguridad. ¿Qué más había escondido Arthur? ¿Qué otros secretos me esperaban?
Acepté la entrega para el día siguiente y colgué con manos temblorosas. Mi cabeza era un torbellino de preguntas. ¿Cómo había amasado Arthur tanto dinero sin que yo me diera cuenta? ¿Por qué lo había mantenido en secreto? ¿Por qué había decidido dejármelo solo a mí? Y la pregunta que más me torturaba: ¿cuál era esa verdad que mis hijos no merecían saber?
Al día siguiente, a las diez en punto, llegó el mensajero. Era una caja pequeña, pesada, con una combinación proporcionada en un sobre sellado. Los números eran la fecha de nuestra boda: 15 de junio de 1980. Típico de Arthur, siempre tan romántico, incluso en sus secretos más oscuros. Corrí las cortinas del salón, desconecté el teléfono y me senté frente a la caja, con el corazón desbocado. Marqué la combinación y oí el clic del mecanismo.
Dentro había documentos, fotografías, cartas y un sobre grande con mi nombre escrito en mayúsculas. Lo abrí con mano temblorosa y empecé a leer la carta más devastadora de mi vida.
«Mi queridísima Eleanor», empezaba. «Si estás leyendo esto, es que me he ido y que nuestros hijos han mostrado su verdadera cara durante la lectura del testamento. Sé que te han humillado. Sé que te han tratado como a una don nadie. Sé que se rieron cuando te entregaron ese sobre polvoriento. Pero tenía que ser así. Tenían que revelarse antes de que supieras la verdad».
«Durante los dos últimos años de mi vida, descubrí cosas sobre Steven y Daniel que me rompieron el corazón. Cosas que tú no sabes. Cosas que me obligaron a tomar decisiones difíciles. Los 100 millones que encontraste en la cuenta suiza son solo una parte de mi verdadera fortuna. Hay más, mucho más. Pero antes de que lo sepas todo, debes conocer la verdad sobre nuestros hijos».
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. ¿Qué verdad? ¿Qué había descubierto Arthur? Continué, con el alma en vilo.
«Steven no es el empresario que finge ser. Desde hace tres años, ha estado desviando dinero de mi empresa para cubrir sus deudas de juego. Debe más de 2 millones a prestamistas que no son precisamente blandos. Jessica no sabe nada, pero él ha hipotecado su casa dos veces y está a punto de perderla. Los documentos que prueban todo esto están en esta caja».