Ahí estaba, la trampa final.
«No, gracias», respondí con la voz más firme que pude. «Soy perfectamente capaz de cuidarme sola».
«Pero, mamá», dijo Steven —y, por primera vez, había una amenaza real en su voz—, «no es una sugerencia. El doctor considera que necesita cuidados especializados».
«El doctor», repliqué, levantándome lentamente, «puede pensar lo que quiera, pero esta es mi casa. Y aquí, soy yo quien decide quién entra y quién sale».
En ese momento, Jessica cometió el error que yo esperaba. Se acercó con su sonrisa venenosa y dijo: «Suegra, no complique las cosas. Todos sabemos que ya no puede manejarse sola. Es hora de aceptar la realidad y dejar que los adultos tomen las decisiones importantes».
Los adultos. Como si yo fuera una niña, como si cuarenta y cinco años de matrimonio y la construcción de un imperio no me hubieran enseñado nada de la vida.
Miré a Steven, a Jessica, al falso doctor, y sonreí por primera vez en semanas. Una sonrisa que nunca habían visto. Una sonrisa que habría enorgullecido a Arthur.
«Tenéis razón», dije en voz baja. «Es hora de que los adultos tomen las decisiones importantes. Y eso es exactamente lo que voy a hacer».
Saqué el teléfono que George me había dado y pulsé «grabar». «Quiero dejar muy claro lo que está pasando aquí», dije con voz firme, filmándolos. «Mi hijo Steven, mi nuera Jessica y este supuesto doctor están intentando obligarme a ingresar en una institución en contra de mi voluntad».
El falso doctor palideció. «Señora, esto es solo una evaluación de rutina».
«¿De rutina?», repliqué, manteniendo el teléfono apuntándoles. «¿Es de rutina venir a mi casa sin avisar? ¿Es de rutina traer papeles de internamiento ya rellenados?».
Steven intentó arrebatarme el teléfono. «Mamá, guarda eso. Estás actuando de forma irracional».
«Al contrario», dije retrocediendo, «actúo exactamente como una mujer que ha descubierto que su propia familia planea encerrarla para robarle su herencia».
El rostro de Steven se transformó. La máscara del hijo atento se cayó. Y, por primera vez, vi su verdadera cara: fría, calculadora, peligrosa.
«No sabemos de qué estás hablando», balbuceó Jessica. Pero su voz temblaba.