—Él… él no me habría dejado fuera —murmuró.
—Él quería proteger a quien realmente estuvo con él —respondí, sintiendo una mezcla extraña entre tristeza y liberación—. No a quien esperaba beneficiarse.
Ella apretó los puños, pero finalmente comprendió que no había nada que pudiera hacer legalmente. Caminó hacia la puerta, pero antes de irse dijo:
—No creas que te saldrás con la tuya. Daniel ya no está para ver quién eres realmente.
—Pero yo sí sé quién era él —contesté—. Y viviré honrando lo que hizo por mí.
Cerré la puerta con un suspiro profundo. Ya no temblaba. Ya no me sentía menos. Daniel me había dado la oportunidad de empezar de nuevo, y yo no pensaba desperdiciarla.
Esa noche cociné por primera vez en semanas, abrí las ventanas del apartamento para dejar entrar el aire fresco y encendí una luz cálida en la sala. Mi hijo ya no estaba, pero su amor seguía protegiéndome.
Y mientras me acostaba en una cama limpia, supe que, aunque el dolor permanecería, ya no me destruiría. Tenía un hogar, una nueva vida y la certeza de que había sobrevivido a la oscuridad.