Nunca imaginé derramar lágrimas durante la boda de mi hijastro. La prometida de Nathan me susurró: «Solo las verdaderas mamás tienen un lugar en la primera fila» — así que desde atrás observé toda la ceremonia… Hasta que mi hijo se giró hacia mí y transformó todo con apenas seis palabras.

Conocí a Nathan cuando tenía poco más de seis años, con esos grandes ojos intrigados y sus brazos delgados, escondiéndose detrás de la pierna de su padre en nuestra tercera cita. Richard me había avisado que tenía un hijo, pero ver a ese pequeño frágil y desconfiado despertó un sentimiento profundo en mí.
En su mirada se percibía una cautela que ningún niño debería albergar — la que nace cuando alguien se va y jamás regresa.
«Nathan,» dijo Richard con ternura, «te presento a Victoria, la mujer de quien te hablé.»