Antes de irme, dejé una pequeña nota sobre la mesa:
“No sé qué nos depara el futuro, pero siempre estaré aquí si me necesitas.”
Nunca volvió a contactarme.
Pero unas semanas después, recibí una carta escrita a mano en la oficina:
“No me arrepiento de aquella noche lluviosa. Solo quiero que seas feliz.
Que ese recuerdo sea lo más hermoso entre nosotros.”
Con los años, a veces paso frente al viejo edificio de apartamentos y miro hacia la ventana donde aún está la pequeña maceta con flores que ella plantó.
Nunca entro, solo me quedo ahí, mirando a lo lejos.
Y en medio del bullicio de Manila, comprendo:
hay personas que, aunque ya no están, siempre ocuparán un lugar en nuestro corazón.