### Parte 2
Al salir al aire fresco de la noche, las risas y la música se desvanecieron a mi espalda. Me senté en mi coche, con las manos aferradas al volante. Sentía el pecho oprimido, no por la ira, sino por ese cansancio silencioso que acompaña a la constatación de que el amor no siempre conquista la lealtad.
A través de la ventana, aún podía verla: a mi hijastra, iluminada con luces navideñas. Brad la abrazaba, encantando a los últimos invitados. Laura estaba ocupada recogiendo la decoración, fingiendo no darse cuenta de que me iba temprano.
Siempre había sido la persona responsable. La que siempre estaba presente. La que arregla los grifos, recuerda los cumpleaños y dice que sí cuando los demás dicen que no. Pero en algún momento, la responsabilidad se había vuelto invisible.
Yo Esa noche no volví a casa. Conduje durante horas, sin rumbo fijo, solo en silencio. Finalmente, paré en un restaurante abierto toda la noche en la Ruta 9. La camarera, una mujer de mi edad, me sirvió un café y me preguntó: “¿Noche difícil?”. Sonreí levemente. “Se podría decir que sí”.
Le conté una versión edulcorada de la historia: una figura paterna, ignorada, utilizada, olvidada. Ella escuchó en silencio y dijo: “A veces la gente solo valora lo que puede usar”. Sus palabras dolieron, pero eran ciertas.
A la mañana siguiente, regresé al hotel para hacer el check-out. Al pasar por el vestíbulo, vi a Emily y Brad en la recepción. La organizadora de bodas estaba cerca de ellos, con los brazos cruzados, sosteniendo el mismo papel doblado que Emily me había dado. Emily estaba pálida, con las manos temblando mientras extendía tarjeta tras tarjeta. Rechazada. Rechazada. Rechazada.
Brad le susurró algo brusco, luego se hizo a un lado, fingiendo hacer una llamada. La paciencia de la organizadora se estaba agotando. —Lo siento —dijo—. Necesitamos el pago antes de devolverte la fianza del local.
Emily me buscó con la mirada por la sala. Cuando me vio cerca del ascensor, su rostro se iluminó con una mirada desesperada y esperanzada que me partió el corazón una vez más. Empezó a caminar hacia mí.
Pero negué con la cabeza. Solo una vez. Luego me di la vuelta, entré en el ascensor y dejé que las puertas se cerraran.
Durante años, yo había sido la única.
quien la salvó. Esta vez, le permití aprender lo que es valerse por sí misma.
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