Creí que había heredado una fortuna, pero lo que encontré me dejó helado.

“Amor, si estás leyendo esto, significa que ya me he ido. Esos cinco millones… son el precio de un secreto que he tenido que guardar durante diez años. No investigues más, porque si escarbas, no habrá salida para nuestra familia…”

Me quedé helado, empapado en sudor. La última confesión de mi esposa no era un consuelo, sino la puerta a un infierno.

Me dejé caer al suelo, con el cuaderno en las manos temblorosas. El olor a humedad y podredumbre se mezclaba con un miedo que me oprimía el pecho.

Dentro había anotaciones desordenadas, algunas hechas con prisa y otras con extraña prolijidad. Todas narraban un periodo que yo desconocía: diez años atrás, cuando mi esposa se vio envuelta en un negocio turbio de un grupo poderoso en nuestra ciudad.

Contaba sobre una noche de lluvia, cuando un hombre encapuchado irrumpió en la casa, le entregó un pesado bulto envuelto en tela y le dijo:

“Guárdalo, en lugar de la deuda de tu marido. Pero recuerda… este secreto te acompaña a la tumba.”

Cuando lo abrió, casi se desmaya: adentro había parte de un cuerpo humano y un sobre repleto de dinero.

El monto inicial eran unos cientos de miles, pero con el tiempo, esa gente seguía enviando más, como una forma de comprar su silencio. Ella no se atrevía a gastarlo, lo guardaba todo junto con aquella “prueba” maldita. Cada vez que lo veía, temblaba… pero no podía deshacerse de ello por miedo a que nos “desaparecieran” si salía a la luz.

La última página decía:

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