Cada vez que el esposo regresaba de un viaje encontraba a su esposa lavando las sábanas — pero cuando instaló una cámara oculta y descubrió la razón, cayó de rodillas llorando…

Ahora, cada vez que cambiaban las sábanas, lo hacían juntos, entre risas y conversaciones.
Ya no había lágrimas silenciosas,


solo el aroma del detergente, la luz del sol entrando por la ventana
y dos almas que habían aprendido a reencontrarse.

En un mundo tan ruidoso, a veces lo que más se necesita no son palabras dulces,
sino la verdadera presencia del otro.

Y Ethan lo entendió:
el amor no muere por la distancia,
solo muere cuando uno deja de querer regresar.

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