Atendiendo el parto de su exnovia, el médico se queda pálido al ver al bebé que acaba de nacer

Pero en el momento en que lo sostuvo en sus brazos, Alejandro se quedó paralizado.

El bebé tenía los mismos ojos negros profundos y los hoyuelos idénticos a los que él tenía de niño.
Alejandro se quedó petrificado, con el corazón latiendo con fuerza; los sonidos de la sala parecían desvanecerse. Una marca de nacimiento en forma de gota en el hombro izquierdo del bebé lo convenció casi por completo: era una característica genética rara en su familia, heredada de su abuelo, de su padre y de él mismo.

La enfermera extendió las manos para recibir al bebé, pero Alejandro permaneció inmóvil unos segundos antes de reaccionar. Acarició suavemente la mejilla del pequeño y luego lo entregó para que lo limpiaran y lo envolvieran.

Valeria yacía en la cama, respirando con dificultad, evitando su mirada cuando él se acercó.
—¿Por qué… no me lo dijiste? —preguntó Alejandro con voz quebrada.

Valeria se mordió el labio, con lágrimas resbalando por sus mejillas.
—Yo… pensaba decírtelo. Pero en ese momento todo se volvió un caos. Mi familia me presionaba, tú estabas ocupado… Tenía miedo de que me odiaras, miedo de que me dejaras…

Alejandro guardó silencio, bajando la vista hacia el bebé que le devolvieron, y lo tomó con manos temblorosas. Una sensación extraña, mezcla de familiaridad y descubrimiento, lo envolvió. Un instinto poderoso emergió en él: el instinto de un padre.

—Valeria… no importa lo que haya pasado, no voy a dejarte sola a ti ni a nuestro hijo —dijo despacio, con voz firme, como una promesa.

Ella lo miró, con los ojos aún enrojecidos pero llenos de un destello de esperanza. Afuera, en el pasillo, el llanto claro del bebé resonó, como anunciando un nuevo comienzo… no solo para el niño, sino también para dos personas que alguna vez se habían perdido.

Leave a Comment