Semanas después, cuando Laura ya estaba completamente recuperada, la familia regresó al cementerio.
La tumba seguía abierta, el ataúd reemplazado por flores frescas.
Michael se arrodilló y dejó una placa nueva, con las palabras que Ethan había elegido:
“Aquí no descansa nadie. Aquí comenzó una segunda vida.”
Laura sonrió, con lágrimas en los ojos, y tomó la mano de su hijo.
—¿Sabes, Ethan? Si no fuera por ti…
—Te habría escuchado igual, mamá —dijo él, con una seguridad que hizo temblar el corazón de todos—. Siempre te escucho, incluso cuando callas.
El viento sopló entre los árboles, moviendo las flores y llevando el eco de su risa hacia el cielo gris.