Clara dio un paso al frente, con el bebé en brazos.
—Lo siento… pero tenía que decirlo. Y como si la confesión no fuera ya suficiente, añadió, con una frialdad matemática:
—Según la ley, mi hijo tiene derecho a la mitad de la herencia. Eso incluye la casa de 800.000 euros.
Sus palabras cayeron como cuchillas. No solo estaba confesando una traición devastadora; estaba reclamando un botín. Las miradas de los invitados iban de mí a ella, incapaces de procesar la escena. Mi madre rompió a llorar. Mi padre se levantó indignado. Yo, en cambio, solo podía escuchar el sonido acelerado de mi propio corazón.
—¿Desde cuándo? —pregunté finalmente, con la voz rota.
Clara desvió la mirada.
—Desde antes de que te casaras… Él y yo tuvimos un desliz. Luego seguimos… a escondidas.
Cada frase era un golpe más.