Desde ese día, consideramos la casa de mamá Cham como el lugar para honrar a nuestro padre.
Nos turnamos para visitarla, arreglamos el techo cuando llueve, la llevamos al médico o simplemente nos sentamos bajo el árbol a recordar.
Ese Año Nuevo, por primera vez en muchos años, la familia volvió a comer junta.
Mamá Cham estaba en medio, sus manos temblaban al servir el té y pasar un trozo de carne a mi hermano mayor. No dijo mucho, solo sonrió — la sonrisa de una madre finalmente reconocida.