Amy se quedó junto a la ventana
El corazón de Tom se desgarraba. Amaba a su madre, pero también a la mujer con la que quería construir un futuro. Sabía que debía elegir.
A la mañana siguiente, sin decir una palabra, cambió la cerradura. Cuando Anna apareció, su llave ya no encajaba.
La mujer golpeó la puerta con los puños, gritando el nombre de Tom. Él permaneció inmóvil, con Amy a su lado. Era la decisión más dura de su vida, pero entendía que, de otro modo, perdería su matrimonio.
El tiempo pasó. Anna empezó a venir con menos frecuencia, aunque entre ellos quedó un silencio helado. Tom la visitaba de vez en cuando, pero nunca volvió a permitirle entrar en su hogar sin permiso.
Amy y Tom recuperaron poco a poco la paz, aunque las cicatrices seguían allí. Algunas noches, cuando Amy miraba por la ventana y veía el banco vacío en el patio, sentía alivio… pero también una punzada de culpa.
Tom, en cambio, vivía con una nostalgia dolorosa. Sabía que su madre se consumía en la soledad. Pero también sabía que, si no hubiera tomado aquella decisión, habría perdido a la mujer con la que había elegido compartir su vida.
No era un final feliz, pero sí el único posible. Su vida volvió a un equilibrio frágil, y las paredes del apartamento ya no resonaban con pasos ajenos.
Amy volvió a dormir tranquila al lado de Tom. Y Tom, aunque perseguido por recuerdos y remordimientos, sabía una cosa: la familia que uno elige debe protegerse a cualquier precio.