Pero la vida sorprende.
Un día, después de un partido, esperó a que mi hijo se adelantara y me dijo:
—Criaste a un niño increíble. Lo hiciste sola. No me necesitaste. Pero… quiero apoyar a los dos en lo que pueda.
No fue una declaración de amor.
No fue un intento de regresar conmigo.
Fue responsabilidad.
Humildad.
Algo que nunca había visto en él.
Y respondí algo que nunca pensé decir:
—Vamos paso a paso.
Los meses pasaron.
Lo incómodo se volvió natural.
La desconfianza se volvió un puente nuevo.