Al enterarse de que su esposa estaba esperando una niña, la echó de casa, pero pagó una fortuna para que su amante diera a luz un niño en una clínica privada.

Su orgullo, hecho añicos.

En Annecy, Élise recuperaba poco a poco las fuerzas. El sol del atardecer se reflejaba en el azul turquesa del lago mientras Madame Fontaine observaba a su hija acunando al bebé en la terraza.

“Verás, querida…”

“¿Heria? La vida siempre pone a cada uno en su lugar. Tú tienes amor. Y a él… no le queda nada más que su propio error.”

Elise besó la frente de su pequeña, y una sonrisa discreta, frágil, pero genuina se dibujó en su rostro.

Un viento cálido descendía de las montañas, agitando las hojas del manzano en el jardín.

Y por primera vez en muchos meses, Elise respiró hondo.

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