Linda sacó de su bolso un pequeño sobre amarillento que había traído consigo, con su nombre y el de mi padre escritos con tinta corrida. Lo abrió con cuidado y me mostró su contenido: documentos, fotografías antiguas y un papel doblado con letra de mi padre.
—Él no quería que Carolina tuviera nada de esto —dijo mi madre con voz baja—. Este sobre prueba que gran parte de la herencia y las propiedades no eran suyas, sino tuyas. Pero hay algo más…
Mis manos temblaban mientras tomaba el papel. Al desplegarlo, mis ojos se abrieron de par en par: era un mapa de la casa con marcas en lugares específicos y una nota escrita a mano: “Si algo me pasa, sigue las pistas y descubrirás la verdad.”
El corazón me latía con fuerza. La muerte de mi padre no había sido natural; algo oscuro y peligroso se ocultaba detrás de las sonrisas de Carolina.
Sin decir palabra, nos acercamos a la puerta de la sala. Linda señaló hacia el piso, donde había un pequeño azulejo levantado. Juntos lo retiramos y encontramos un compartimento secreto con más documentos y un disco duro. La tensión en el aire era palpable; Carolina todavía nos observaba, furiosa pero sin poder intervenir.
De repente, un golpe fuerte resonó en la puerta principal: era Carolina, gritando y tambaleándose con furia.
—¡Devuélvanme eso! ¡Es mío! —su voz se quebraba entre el miedo y la rabia.
Pero en ese momento, entendí que no era solo una disputa por dinero o propiedades. Lo que mi padre había escondido contenía secretos que podían destruir a más de uno… secretos que Carolina había estado buscando toda su vida, y que ahora finalmente estaban en nuestras manos.
Linda me miró y susurró:
—Esto apenas comienza. Prepárate, hijo. Lo que descubramos puede cambiarlo todo.
Afuera, el sol de la mañana iluminaba la casa, pero las sombras parecían más largas que nunca. Por primera vez, entendí que ya no éramos víctimas, sino jugadores en un juego mucho más grande… y peligroso.