Accidentalmente encontré la ropa interior faltante de mi esposo envuelta en su sostén en el perchero, sin dudarlo le di una bofetada a la criada y la eché al frío.

GIRO FINAL: LA MUCHACHA NO ERA CULPABLE — NOS ESTABA PROTEGIENDO

Se escuchó un golpecito en la puerta.

Era Ana, temblando, apenas cubierta con una chamarra delgada.

“Señora Valeria… yo… perdón…
No quise ocultarlo…
Pero yo… yo sabía que alguien extraño entró varias veces…”

Tomás y yo nos giramos al mismo tiempo:

“¿¡Lo sabías!?”

Ana asintió, con lágrimas corriendo por sus mejillas:

“Vi una sombra pasar por la sala… varias noches.
Pensé que era un ladrón, pero… se parecía tanto al señor Tomás que creí que mis ojos me engañaban.”

Tomás casi se derrumbó.

“Dios mío… era Tadeo…”

Ana continuó, entre sollozos:

“Hoy en la tarde… encontré un calzoncillo que no reconocí en la ropa sucia.
Me dio miedo que usted, señora, lo viera y pensara mal…
Lo envolví en mi brasier para sacarlo y tirarlo, pero… no me dio tiempo…”

Sentí la garganta cerrarse.

Como si alguien me hubiera abofeteado a mí.

Ana bajó la cabeza:

“No quería que usted sufriera…
Solo intenté cubrirlo para protegerlos…”

El aire se volvió helado.

Yo me quedé inmóvil.

La persona a la que había golpeado…
A la que había echado a la calle…

Era la única que estaba tratando de proteger nuestra casa de una verdad espantosa.

Tomás se llevó las manos a la cabeza:

“Valeria… me preocupa que Tadeo todavía esté por aquí…
Quizá… aún esté dentro de la colonia…”

Un escalofrío me recorrió entera.

Porque en el fondo del jardín, entre las sombras…

Una figura alta y delgada acababa de pasar.

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