Ernesto añadió, “Tengo todos los documentos en orden. El notario está dispuesto a testificar. Mi médico certificará que estaba en pleno uso de mis facultades mentales. Y si hace falta, yo mismo contaré al juez cómo nos abandonaron en la carretera.” Beatriz, que generalmente era la más suave de todos, mostró una fortaleza inesperada. Si tengo que pararme frente a un juez y decirle que mis propios hijos intentaron matarnos, lo haré sin dudarlo. El amor de madre tiene límites y ellos cruzaron esos límites hace tiempo.
Aquella determinación me llenó de orgullo. Eran personas que habían sido pisoteadas, humilladas y traicionadas, pero no estaban rotas. Se habían levantado más fuertes que nunca y estaban dispuestos a luchar por lo que era justo. Llegó el día del juicio. Era un lunes gris de esos en que el cielo parece a punto de llorar. Nos presentamos temprano en el juzgado, todos vestidos con nuestra ar, a mejor ropa, pero sin pretensiones. Fernando Carlos y Patricia llegaron con sus abogados, todos con trajes caros y actitudes soberbias.
El contraste era evidente. Ellos parecían empresarios exitosos. Nosotros parecíamos gente común, pero las apariencias engañan. Y ese día se demostró que la verdad no necesita vestirse de lujo para brillar. El juicio comenzó con los abogados de la parte demandante, presentando sus argumentos. Alegaron que Ernesto había sido manipulado por Lucía, quien según ellos aprovechó su ausencia para ganarse el favor de los padres. Dijeron que la donación se hizo cuando el anciano estaba enfermo y vulnerable, que no tuvo asesoría legal adecuada, que era un acto de venganza contra los hijos mayores.
Cada acusación era más absurda que la anterior, pero el abogado las presentaba con tanta convicción que por momentos me preocupé. Sin embargo, cuando llegó nuestro turno, todo cambió. Primero testificó el notario don Esteban, un hombre de 70 años con una reputación impecable en el pueblo. Explicó con lujo de detalles cómo se había realizado la escritura. Confirmó que Ernesto estaba perfectamente lúcido, que había expresado su voluntad de manera clara y libre, que había explicado sus razones para dejar la finca a Lucía.
Incluso mencionó que le había parecido una decisión justa y bien fundamentada. Después testificó el Dr. Ramírez, quien había tratado a Ernesto durante su enfermedad. Presentó historiales médicos que demostraban que el anciano nunca había perdido sus facultades mentales, que era una persona coherente, consciente y capaz de tomar decisiones. Luego fue mi turno. Me puse de pie y con voz firme conté toda la historia desde el principio. Cómo encontré a Beatriz y Ernesto abandonados en la carretera. Cómo los llevé al hospital.
¿Cómo me convertí en su apoyo cuando sus propios hijos los habían desechado, describí el estado en que los encontré la deshidratación de Beatriz, el shock emocional de ambos, la vergüenza y el dolor en sus rostros también conté como Fernando Carlos y Patricia aparecieron semanas después fingiendo preocupación, pero en realidad buscando solo la herencia. El juez escuchaba atentamente tomando notas. Cuando terminé mi testimonio, el abogado de la parte demandante intentó desacreditarme. “Señorita doctora,” dijo con tono condescendiente, “¿No es cierto que usted se ha beneficiado económicamente de esta situación, que ha establecido una relación cercana con la
familia esperando alguna retribución?” Lo miré directamente a los ojos y respondí, “Señor abogado, yo soy doctora con un consultorio establecido y un ingreso estable. No necesito beneficiarme de nadie. Lo que hice lo hice porque vi a dos seres humanos en peligro y porque tengo conciencia. Algo que al parecer sus clientes perdieron hace tiempo. Si establecí una relación cercana con esta familia, fue porque descubrí en ellos valores que escasean en este mundo. Amor, verdadero, respeto, gratitud, cosas que el dinero no puede comprar y que sus clientes nunca entenderán.
El silencio en la sala era absoluto. El abogado no supo qué responder y volvió a su asiento derrotado. Después llegó el momento que todos esperábamos. Beatriz y Ernesto testificaron juntos. Ernesto habló primero con voz clara y firme a pesar de su edad. Señor juez, comenzó. Yo trabajé durante 50 años en la construcción. Levanté casas, edificios, puentes. Mis manos construyeron la mitad de este pueblo. Con ese dinero mantuve a mi familia. Di educación a mis cuatro hijos y compré esa finca que ahora es motivo de disputa.