La casa era la misma: los muebles, las fotografías, la luz de la ventana. Pero algo en el ambiente había cambiado.
El silencio se volvió diferente; no solo un sonido, sino algo vivo, que respiraba.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Una sombra parpadeó en el espejo de enfrente.
«¿Larisa?», llamó.
No hubo respuesta. Solo un leve crujido, como si un hilo se hubiera roto.
Entró en la habitación y de repente notó que el rostro de Larisa había desaparecido de las fotografías colgadas en la pared.
Solo él permanecía en las imágenes: sonriendo, celebrando, de pie junto al mar, sentado a la mesa.
Pero no había nadie cerca.
Como si ella nunca hubiera existido.
El pánico lo invadió como una ola helada.
Corrió hacia el teléfono, pero la pantalla parpadeó; todos sus contactos habían desaparecido.
Ni nombre, ni número, ni mensajes.