—No lo culpé. Sé que los hijos tienen sus propias cargas. Pero escuchar esas palabras… me hirió profundamente. Desde entonces, cada día me sentía más torpe, más inútil, más fuera de lugar. Empecé a notar cómo Lucía evitaba pedirme cosas para no “estresarme”, cómo los niños susurraban para no molestarme. Me sentía como un mueble incómodo en medio del salón. Una intrusa.
La agente Romero asintió con empatía.
—Y decidió irse sola, sin avisar…
—Para no seguir siendo un peso. No quería que discutieran por mi culpa. No quería oír a mi hijo decir, aunque fuera en secreto, que mi presencia le arruinaba la vida. Preferí marcharme antes de escucharlo de nuevo.
Isabel ocultó el rostro entre las manos.
—Me fui porque pensé que sería un alivio para ellos.
Lo que Isabel no sabía era que, mientras tanto, su hijo recorría desesperado las calles llamando a cada conocido. Y cuando la policía contactó con él para informarle que su madre estaba a salvo, su reacción sería tan inesperada que partiría el corazón de todos los presentes.