A las dos de la madrugada, yo — Mariana — estaba durmiendo en el cuarto de visitas de la casa de mi hermana en Puebla, después de un día de trabajo agotador.
Mi hijo de cuatro años, Mateo, dormía profundamente a mi lado, con la boquita entreabierta.
El celular vibró.
Era mi esposo — Julián.
Su voz tensísima, como un hilo a punto de romperse:
—Mariana… ¿me escuchas bien?
Sal de la casa de tu hermana ahorita mismo. No dejes que nadie te vea. Lleva a Mateo contigo.
Me incorporé de golpe.
—¿Qué te pasa? ¡Son las dos de la mañana!
—¡Mariana! Hazlo YA. No prendas ninguna luz. Levanta al niño y sal por la puerta. Afuera te explico.
Jamás había oído a Julián con una voz así: temblorosa, urgente… asustada.
Tomé a Mateo en brazos, con las piernas temblándome, y pasé del cuarto al pasillo oscuro. Toda la casa estaba en silencio, solo se oía el zumbido del ventilador viejo.
Puse la mano sobre la chapa de la puerta principal…
Y justo en ese segundo, descubrí algo que me heló la sangre.
ALGO ESTABA AFUERA
La chapa estaba… ardiendo.
No caliente por el clima, no…
Caliente como si alguien la hubiera estado sosteniendo desde afuera durante minutos.
Se me erizó la piel entera.
Pegué la oreja a la puerta.
Escuché una respiración.
Alguien… estaba parado justo afuera, tan cerca que podía oír un sonido ronco, como si intentara contener una tos.
Solté la chapa de golpe y apreté a Mateo contra mi pecho.
El celular volvió a vibrar: Julián otra vez.
Contesté con la voz quebrada.
—¿Hay… alguien en la puerta, verdad? —susurró él.
Sentí las piernas aflojarse.
—¿Cómo… cómo lo sabes?
—No la abras. Retrocede lento, muy lento.
—¡Dime qué está pasando! —susurré desesperada.
Julián respiró hondo, como dudando si debía decirlo.
—Mariana… hace dos años yo ayudé a la policía a testificar en un caso. El tipo terminó internado, pero juró “buscar a la familia de ese malnacido” para vengarse.
Me quedé sin aire.
—Hace una hora… me avisaron que se escapó del psiquiátrico.
Las cámaras lo captaron… cerca de la zona de tu hermana.
Mi voz salió ahogada:
—¿Y cómo supo que yo estaba aquí?
—Por la foto familiar que subiste anoche, Mariana.
Se ve la fachada de la casa de tu hermana. Con eso le bastó.
Sentí que todo el cuerpo me fallaba.
Caminé a oscuras hacia la cocina, rumbo a la puerta trasera.
De pronto…
UN RUIDO EN LA PUERTA DE ATRÁS.
Me quedé paralizada.
No.
No podía ser.
No podía estar en ambos lados… ¿o sí?
Apreté el celular y susurré:
—Julián… creo que también hay alguien en la puerta trasera…
Unos segundos de silencio mortal.
Luego él dijo una frase que me congeló la sangre:
—Mariana… el de atrás es él.
El del frente… no es el fugitivo.
Me quedé muda.
—Entonces… ¿quién está en la puerta principal?
Julián guardó silencio.
Un segundo.
Dos.
Tres.
Y por fin respondió:
—Tu hermana me llamó esta tarde. Dijo que quería hablar contigo sobre… esas dudas de infidelidad que tú tenías.
Salió de la casa a las 11 de la noche.
Pero lleva dos horas sin responderle a nadie.
Todo dentro de mí se desplomó.
Y justo entonces, la puerta principal sonó con un golpe suave.
Seguido de una voz ronca, débil, apenas humana:
—Mari… ábreme…
Soy… yo… Araceli…
Sentí un vacío en el estómago.
Era la voz de mi hermana.
Una voz herida.
Una voz que sufría.
Grité al teléfono:
—¡Julián! ¿La atacó él? ¿Mi hermana está herida?
Julián rugió:
—¡NO LA ABRAS!
¡ÉL IMITA LAS VOCES DE SUS VÍCTIMAS!
¡ES UNO DE SUS SÍNTOMAS PSIQUIÁTRICOS!
Me quedé inmóvil, petrificada.
Afuera, la voz repitió:
—Mariana… M-Mateo… ábranme… me duele…
Era idéntica a la de mi hermana.
Y estaba A UN PASO de donde yo estaba.
Corrí al cuarto de bodega, entré con Mateo y cerré con llave.
Afuera, en ambas puertas de la casa, empezaron los ruidos:
golpes leves…
uñas rascando…
susurros diciendo mi nombre.
Sentí que iba a perder la razón.
De pronto, el celular sonó de nuevo.
Era… el número de mi hermana.
Contesté temblando.
—¿A-Araceli? ¿Dónde estás?
Su voz salió normal. Cansada, pero clara:
—Estoy en el hospital con mamá. Mi cel estaba muerto y apenas lo puse a cargar. ¿Ya te dormiste?
Me quedé en silencio absoluto.
La boca… ni siquiera me respondió.
Porque afuera, en la oscuridad, la voz seguía diciendo:
—Mariana… abre… por favor…