Doctora Raquel, acabamos de recibir una llamada. Se trata de un niño de 4 años que tiene mucha fiebre —le dijo a la pediatra de guardia una empleada del servicio de atención al cliente, a la que todos llamaban Lordy, Lo siento o Lorena—.
—Pero mi turno terminó hace media hora, y en cuanto acabe de rellenar las fichas ya me iré a casa. Mira a ver si queda alguien más —le pidió a la pediatra.
Había pasado todo el día de pie y lo único que quería era llegar a casa lo antes posible y descansar diez minutos.
Después, Lordy volvió a entrar en la consulta de la doctora Raquel.
—Me temo que no queda nadie más. La doctora Jiménez se torció el tobillo, no puede desplazarse para ver al niño y pide que le eche una mano. Ya los demás los llamé, pero salieron todos a domicilio de los pacientes y ya tienen su horario completo.
La chica miró a la pediatra con súplica en sus ojos. La mujer solo suspiró en respuesta.
—De acuerdo, Lordy. Dame el nombre y la dirección.
—Perfecto, gracias. Voy a rellenar el informe y se lo traigo —la chica, muy contenta, salió corriendo.